lunes, 24 de octubre de 2011

EL AMOR según McTaggart

Los problemas de la metafísica según McTaggart no son abstractos sino sumamente concretos. La apariencia actual de las cosas sugiere que cuando muere un hombre, ya se acabó ese hombre; y sin embargo muchas personas humanas creen que esta apariencia es falsa, que es posible y aún seguro que el hombre vivirá tras la muerte. Los hombres pueden desembarazarse negligentemente de este problema, pero ello no destruye su importancia de la misma manera que la insensatez del borracho con respecto al daño que se hace a sí mismo, no refuta las doctrinas médicas.

Consideremos ahora lo que McTaggart quería decir con la palabra tremendamente ambigua, "amor". Como siempre, McTaggart ha trabajado valientemente para hacerse entender. Para él, el amor se dirige hacia otra persona (hacia un individuo; por mucho que McTaggart valorara el patriotismo, jamás hubiese hablado de amor hacia el país de uno). McTaggart distinguía el amor de la benevolencia y la simpatía; uno puede, hasta cierto punto, simpatizar con el sufrimiento del
enemigo, si el odio que siente hacia él no es demasiado intenso, y cierto grado de malevolencia y de crueldad es compatible con el amor.

McTaggart no compartía el planteamiento de que habíamos que amar a todo el mundo, o por lo menos a todas las personas conocidas, y a todos por igual. A veces se predica este planteamiento como si fuera cristiano, pero ello es un error en mi opinión. Dios, se nos dice, ama
a todos los hombres por igual, y hemos de intentar imitar este modelo. En esto estoy de acuerdo con Santo Tomás de Aquino: Dios, claramente, no ama a todos los seres humanos por igual; otorga una mayor cantidad de gracia y de gloria al hombre Jesucristo, que a cualquier mera criatura, y una mayor gracia a un particular santo, que a otro; y nosotros los hombres no hemos de amar a todos por igual (como dijo Aristóteles, esto nos traería sólo una amabilidad diluida ¿Sopifc iXía), sino que debemos observar lo que Santo Tomás llama el ordo caritatis.

Volviendo a McTaggart, lo encontramos insistiendo en que las personas son de la máxima importancia, y en que el amor se dirige hacia la persona en cuanto tal, y no en cuanto a sus características. No hay que despreciar el amor si es causado por algún hecho trivial que tiene que ver con la persona amada; un hombre cuyo asunto amoroso prospera con una mujer no ha de ser censurado si aquél descubre que sus primeras impresiones acerca de ella eran equivocadas de alguna manera, aunque la siga amando. Esta doctrina, que dice que lo que importa son las personas y el amor hacia las personas, sitúa a McTaggart muy al margen del idealismo corriente que se daba en la Inglaterra de su tiempo. Uno de aquellos idealistas, Bernard Bossanquet, escribió un libro voluminoso sobre The Valué and Destiny of the Individual, pero para él los individuos humanos importan poco en comparación con el Estado al que han de servir. En general, para aquellos hombres, el Estado era objeto de latría. La adoración del Estado iba aún más lejos en Bradley, por lo menos en la brutalidad de sus expresiones que en Bosanquet; Bradley afirmaba explícitamente que el Estado tenía el derecho a castigar o matar a cualquiera de sus miembros según su propia voluntad; contra esto no cabía ni la apelación a la providencia divina, ni a la justicia o a la misericordia.

Teníamos que admitir dice Bradley; que somos todos adultos y así darnos cuenta de que el Estado es su propia Providencia. No cabe, pues, ajuste de cuentas entre el Estado y ninguno de sus miembros; y la apelación a la clemencia no es más que un "sentimentalismo lloriqueante". Todo esto le repugnaba tremendamente a McTaggart; según su propia filosofía, el Estado no es más que un arreglo provisional, mientras que sus llamados miembros son personas inmortales que sobreviven al Estado.

La condición del amor, dice McTaggart, es la conciencia intensa de la unión con otra persona. Esta condición siempre es necesaria y McTaggart mantiene que es también suficiente si la unión se aproxima bastante y es percibida como tal. Aún cuando las características de la otra persona son extremadamente repulsivas, puede surgir el amor si se da tal apreciación de unión; véase la frase de Baudelaire: C'est tout mon sang, ce poison noirl Así que McTaggart mantiene que si las personas tienen una percepción perfectamente clara y distinta los unos de los otros, entonces se tenían que amar y que la presencia de este amor supremo ha de excluir los males de nuestra existencia presente.

La experiencia presente, no obstante, está ahí, y sus males no pueden negarse; el gran esfuerzo de la labor de McTaggart es el de reconciliar este hecho con el amor que para él es una realidad absoluta. Procedo ahora a desglosar la doctrina McTaggartiana sobre el tiempo y la eternidad. No es posible, dentro de los límites de esta lección, dar ni siquiera un esbozo de las razones de McTaggart cara a su negación de la realidad del tiempo. Como habrán podido comprender, yo las encuentro profundas, y la dificultad de responder adecuadamente a esas razones queda manifiesta por la variedad de las refutaciones que se han intentado a lo largo de estos años. McTaggart utilizaba este resultado como base social de su ateísmo. El teísmo clásico (no sólo en su forma cristiana) distingue entre el Dios eterno y el mundo temporal, su criatura, que El ordena en su Providencia; si el tiempo es irreal, entonces no puede haber ni creación ni providencia, y por lo tanto no puede haber tampoco aquel Dios del teísmo clásico. Una filosofía de la religión reciente propone un concepto de "proceso" acerca de la misma Naturaleza Divina; a McTaggart no le hubiera gustado en absoluto esta visión de la deidad. Este planteamiento, de todos modos, no puede ser verdadero, si el tiempo es irreal; y aún descartando esto, la deidad en proceso no sería más que una parte, ciertamente una parte preeminente, de aquel complejo de cosas mutables e interrelacionadas que llamamos el Mundo. La pregunta burlona, "¿Quién, pues, hizo a Dios?", puede ser descartada razonablemente por aquel que cree en un Dios eterno, pero no por
aquel que adora una deidad-en-proceso. Los interrogantes acerca de la causalidad y de los orígenes no pueden silenciarse en torno a un ser mutable.

McTaggart, no obstante, no era un hombre dispuesto a sacar partido de una argumentación injusta. Rechazó implícitamente la inferencia de que si este mundo es hechura de un Dios bueno, entonces ha de ser el mejor de los mundos concebibles, porque dice explícitamente que, por cualquier mundo que concibamos, siempre cabe concebir otro mundo mejor. Aún si fuéramos todo lo bueno que fuésemos capaces de ser, siempre cabe que haga aún más personas; y por mucho que seamos sabios y afectuosos y felices, siempre cabe que seamos más sabios, más afectuosos y más felices. Es triste ver cómo la inferencia desde Dios hacia el mejor de los mundos concebibles, una inferencia inválida, aparece con tanta frecuencia en los artículos de hoy: o es utilizada por los teístas que luego intentan desesperadamente demostrar que este mundo es el mejor de los mundos, a pesar de las apariencias, o bien, al revés, la utilizan los ateos para demostrar que Dios no existe, dados los males del mundo tal como es.

publicado por: TORRES LÓPEZ KELLY

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