Escuchamos la palabra amor y pensamos, invariablemente, en una pareja o en el amor romántico; todos parecemos estar familiarizados con este concepto, sin embargo, es más complicado definir el amor como idea o incluso como sentimiento. El amor no ha sido siempre el mismo: las costumbres, la cultura, el tiempo, lo han matizado y han hecho que varíe de rostro. ¿De dónde viene nuestra idea moderna del amor como una pasión trágica? ¿Por qué todas las canciones “románticas” son tremendistas?
El amor Es trágico en la medida simbólica correspondiente, todos estamos en capacidad de relatar nuestras tragedias amorosas, pero resulta sintomático que dichas “tragedias” sean más bien convencionales, si comenzamos a hurgar en los expedientes amorosos de los demás pronto nos damos cuenta de cuán ordinaria es la tragedia y cuán vulgar es el desgarro. Por lo mismo, contamos con múltiples válvulas que permiten nuestra sobrevivencia, las nuevas fábricas de imaginarios son los medios de comunicación, y en ellos está dictado el impersonal “imperativo de felicidad”, pero debe resultar obvio, a quien piense en ello, que no se trata de un imperativo novedoso, está en nuestra sangre cultural desde hace varios siglos, expresa las necesidades eufémicas del imaginario, si nos entregamos al amor sufriremos múltiples penas pero al final seremos recompensados. Este patrón narrativo permite oxigenar la imaginación que queda aplanada por la intrascendencia e insatisfacción real producidas por las contingencias y caprichos de las relaciones ordinarias.
Por supuesto, el amor no es esencialmente trágico ni intrascendente, como tampoco es esencialmente bueno, bello y armonioso: se trata solamente de luchas en el imaginario. A fin de cuentas no sólo vivimos en la realidad de hechos fácticos sino también en la región de los significados y aspiraciones.
Me gustaría dejar claro que no hay una “naturaleza del amor” que deba ser respetada, nada hay que no esté condicionado por la relatividad, lo que llamamos “amor” está atravesado por las contingencias del lenguaje y sus símbolos. A partir de esto podemos desprender algunos corolarios, por ejemplo que el amor posee su fabulación histórica, y que dicha fabulación vive en nuestra piel nostálgica por una otredad que suele adornarse, cristalizarse, con mil y un virtudes. Es la mano del imaginario colectivamente aceptado la que nos encamina en la búsqueda del grial amoroso, y no hablo del patético “príncipe azul”, o de supuesto “amor de mi vida”, sino de algo más elemental, de la pretensión de inmutabilidad de los afectos, de imperturbabilidad de la alegría. Me parece que debemos desdibujar nuestros prejuicios respecto al amor, no sólo por llana salud mental, sino para conducir de mejor forma nuestras experiencias amorosas en el campo magnético de los símbolos.
PUBLICADO: TORRES LÓPEZ KELLY
El amor Es trágico en la medida simbólica correspondiente, todos estamos en capacidad de relatar nuestras tragedias amorosas, pero resulta sintomático que dichas “tragedias” sean más bien convencionales, si comenzamos a hurgar en los expedientes amorosos de los demás pronto nos damos cuenta de cuán ordinaria es la tragedia y cuán vulgar es el desgarro. Por lo mismo, contamos con múltiples válvulas que permiten nuestra sobrevivencia, las nuevas fábricas de imaginarios son los medios de comunicación, y en ellos está dictado el impersonal “imperativo de felicidad”, pero debe resultar obvio, a quien piense en ello, que no se trata de un imperativo novedoso, está en nuestra sangre cultural desde hace varios siglos, expresa las necesidades eufémicas del imaginario, si nos entregamos al amor sufriremos múltiples penas pero al final seremos recompensados. Este patrón narrativo permite oxigenar la imaginación que queda aplanada por la intrascendencia e insatisfacción real producidas por las contingencias y caprichos de las relaciones ordinarias.
Por supuesto, el amor no es esencialmente trágico ni intrascendente, como tampoco es esencialmente bueno, bello y armonioso: se trata solamente de luchas en el imaginario. A fin de cuentas no sólo vivimos en la realidad de hechos fácticos sino también en la región de los significados y aspiraciones.
Me gustaría dejar claro que no hay una “naturaleza del amor” que deba ser respetada, nada hay que no esté condicionado por la relatividad, lo que llamamos “amor” está atravesado por las contingencias del lenguaje y sus símbolos. A partir de esto podemos desprender algunos corolarios, por ejemplo que el amor posee su fabulación histórica, y que dicha fabulación vive en nuestra piel nostálgica por una otredad que suele adornarse, cristalizarse, con mil y un virtudes. Es la mano del imaginario colectivamente aceptado la que nos encamina en la búsqueda del grial amoroso, y no hablo del patético “príncipe azul”, o de supuesto “amor de mi vida”, sino de algo más elemental, de la pretensión de inmutabilidad de los afectos, de imperturbabilidad de la alegría. Me parece que debemos desdibujar nuestros prejuicios respecto al amor, no sólo por llana salud mental, sino para conducir de mejor forma nuestras experiencias amorosas en el campo magnético de los símbolos.
PUBLICADO: TORRES LÓPEZ KELLY
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